Los padres que dicen que el parto es el mejor momento de su vida, ¿qué se han tomado?
El viernes 22 de noviembre de 2019 nacieron León y Lorenzo, nuestros primeros hijos, y esta es la historia de su parto.
La estoy escribiendo todavía desde el hospital. Muchas ideas en la cabeza que necesitan ser ordenadas.
Antes de empezar, un detalle: los pequeños tienen el pito muy grande. Si su madre tuviera pito y este midiera la bravura, no habría tallas de calzoncillos suficiente.
🕓 Jueves 03:58 am. Rotura de la bolsa y casi paro cardiaco
Desde hace años siempre pongo el despertador fuera de la habitación en la que duermo. Así, cuando suena, evito la tentación de apagarlo y dar media vuelta.
Eso hace que salte como un resorte cuando suena por la mañana. Corres el riesgo de que te dé un paro cardiaco, pero funciona para romper el casi irrompible vínculo con las sábanas.
Pero la noche del miércoles 20 al jueves 21 de noviembre, cuando Carmen me despertó a las 03:48 de la mañana y me dijo: “acabo de romper la bolsa”, batí mi propio récord de velocidad.
De hecho Carmen, ya en el hospital, me dijo: “pensé que te tenía que llevar yo a ti…”
El parto en Hollywood y el parto en la vida real
En las películas el camino al hospital es a toda pastilla, a última hora y con la madre dando gritos. También es normal que haya un atasco y al final el parto sea en el asiento de atrás de un taxi amarillo.
En nuestro caso Carmen salió tan tranquila, no hubo atasco y lo único que pasó de 120 fueron mis pulsaciones.
Aprovecho para un segundo spoiler; la vida real, con embarazadas reales, no se parece demasiado a lo que solemos tener en la cabeza.
No te voy a decir que es mejor o peor, pero sí diferente.
🕞 Jueves 04:45 am. Llegada al hospital
Ciencuentaysiete minutos después del récord del mundo de salida de la cama, llegamos al HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias):
—“Hola, he roto la bolsa” —le dijo Carmen a la chica de urgencias.
Como si la rompiera cada día.
Con una tranquilidad que la tía no abandonaría en todo el parto.
Amiga, vaya exhibición, no podía haber elegido mejor madre para mis hijos.
Primer parada: urgencias de pediatría y la matrona con sueño
En el box nos recibió una enfermera que ya nos había atendido unos días antes, a la que llamaremos “la enfermera con sueño” y que tendrá su papel en la historia. Le puso una vía a Carmen e intentó poner monitores a los bebés. No fue la mejor vía del mundo, pero hizo su función todo el parto, qué menos que agradecérselo.
Los “monitores”, por si no te has visto en un charco de estos, son unas cintas que se ponen en la barriga de la embarazada para medir el latido de los niños y la fuerza de las contracciones.
Si eres padre, tendrás la sensación de que las cintas aprietan mucho.
Si eres niño, pues vete tú a saber.
La dificultad en el caso de dos bebés es que a veces las señales se solapan y en cuanto se mueven un poco, los niños o los sensores, o ambos, hay que recolocarlos.
A Carmen se los habrán recolocado unas 400 veces estos dos días, y cada una de ellas con todo el cariño y paciencia del mundo. Gracias por hacerme feliz de pagar impuestos.
🕢 Jueves 07: 31 am. Primera visita al paritorio.
Después de cerciorarse que la bolsa se había roto, nos fuimos al paritorio. Como yo de partos sé lo mismo que de bailes regionales escandinavos, pensé que si vas al paritorio es para parir, y ya estaba echando mis cuentas, “no son ni las 8, estos para mediodía están aquí”.
Iluso de mí.
En ese momento hicieron aparición dos personajes clave en esta historia.
Los actores principales de esta película son Carmen, León y Lorenzo, pero el Doctor Adánez y la Doctora Cortina, sin desmerecer al resto del reparto, han sido de esos actores secundarios que hacen buena la peli.
La primera persona que nos habló del doctor Adánez fue una matrona con la que hicimos un curso de preparación al parto. Y habló maravillas.
La matrona del centro de salud repitió el discurso: con Adánez no vais a tener problema.
Todo indicaba que el tal Adánez se manejaba bien en los paritorios gemelares, por lo que empezamos a tocar madera para que el hombre no estuviera de vacaciones o le doliera un codo cuando llegase el momento.
La doctora Cortina (Ana, de aquí en adelante) es la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos. Y si no sabes la importancia de tener una cara conocida en una situación así ya te lo adelanto, mucha.
Si, además, la tía es una profesional de 10, pagarías lo que fuera porque estuviera en tu parto.
Pues estando en el paritorio #7, si no recuerdo mal, entran Adánez, Ana y una matrona zurda llamada Marta, y yo pienso, “triunfada, salimos con los buenos”, pero mi alegría pronto se esfumó.
Adánez nos explicó el proceso del parto y mis cuentas cambiaron.
A pesar de haber roto aguas, no iban a inducirlo, así que tocaría esperar. Y encima Ana salía de guardia, por lo que a saber cuándo volvía. La matrona zurda se iba a las 15 e intuí que Adánez también.
Saqué la calculadora que todo padre parturiento lleva dentro y mi mente me dibujó un parto entre desconocidos y estudiantes con resaca. Bajona.
🕘 Jueves 09:00 am, del paritorio a la habitación
A la misma habitación desde donde estoy escribiendo esto, la 236, llegamos a las 9 desde el paritorio, Carmen había roto aguas pero no tenía contracciones. Si no hubiera sido por el charco que fregué antes de salir de casa nada indicaba un parto inminente.
Según mis conclusiones entre lo que nos explicó el doctor Adánez y el doctor Google, hay diferentes opiniones sobre si interesa inducir el parto o no tras la rotura de la bolsa. La opción de esperar a que arrancara de forma natural me sonaba mejor, y tampoco teníamos prisa, así que a la habitación a esperar y a contar contracciones.
No es que me preparara demasiado para el parto pero sí hice dos cosas muy buenas:
1- Descargar una aplicación para contar las contracciones
2- Traer mucha comida (un tupper enorme de garbanzos de casa de mis padres, una empanada vegana, una tonelada de anacardos…). Las contracciones con hambre se cuenta peor.
Y así entre garbanzos, contracciones irregulares y un par de visitas a monitores pasamos el día. Carmen seguía perfecta y y los bebés sin ganas de salir.
🕘 Jueves 21:00 Contracciones de verdad.
La app de las contracciones tenía cinco niveles de intensidad y tras cada una Carmen tenía que decirme si era un 1, un 2… y así.
Como no tenía con qué comparar, enseguida empezó a marcar doses y treses, pero a medida que aumentaba la intensidad y frecuencia de las contracciones empezó a pensar que quizás las anteriores habían sido más bien unos, hasta que llegó “la contracción”.
Estaba yo masticando garbanzos cuando Carmen tuvo la primera contracción que merecía ser llamada tal.
Durante más de un minuto, vi como su cara cambiaba y, aunque no soltó ni un grito, por la manera de moverse entendí que eso dolía mucho.
Nos habían dicho que hasta que no tuviera una contracción cada 3 minutos durante una hora completa no avisáramos. Y no avisamos.
Carmen empezó pronto a marcarme cuatros y a retorcerse por la habitación, pero la media según la app seguía en 4 minutos largos. Y no avisamos.
No habíamos bajado todavía de los 4 minutos, pero Carmen, que como toda mujer la app la trae dentro, me pidió que avisara. Y avisamos.
Eran cerca de las 12 de la noche y Carmen ya llevaba ya el útero en modo turbo, creo que le dio pena hasta al celador.
A pesar de haber ido a cursos de preparación al parto y de tragarme medio blog de elpartoesnuestro, me he dado cuenta que no tenía ni idea.
Volví a echar números, y pensé que pariría para las 4 am, pero la vida, y los partos tienen sus propios planes.
Al menos ya no nos moveríamos del paritorio número 1, el último de la derecha de un largo pasillo tras una puerta que avisa: zona quirúrgica.
¿Zona quirúrgica?, pensé yo.
🕐 Viernes 00:22 ¿Epidural sí o epidural no?
Una costumbre que agradecí mucho (y me consta que Carmen también), es la de la mayoría de los profesionales que se acercan a la embarazada. Llega, dicen su nombre, quién son y qué van a hacerle.
Pues a las 00:22 entraron en el paritorio dos ginecólogas, una chica muy maja que nos atendió varias veces en consulta, llamada María, y otra con cara de buena que no se presentó.
Al no inducir el parto, y con la bolsa rota, aumenta el riesgo de infección, por lo que se recomienda no hacer tactos vaginales.
Así fue hasta ese momento, que la ginecóloga con cara de buena exploró a Carmen para decidir que la dilatación ya era suficiente como para poner epidural.
Y yo pensando: pero no toques, ¿por qué tocas?
Carmen echó una firma de consentimiento (sin mirar el papel), amablemente me mandaron salir y una anestesista hizo su trabajo para aliviar lo que parecía doler mucho.
Nunca quise meter presión a Carmen con la decisión de epidural sí o epidural no. Sí es verdad que alguna vez en casa le comenté que, si fuera yo, mi primera idea sería ir sin epidural, pero ella siempre tuvo claro que hasta que no llegara el momento, no decidiría.
Y llegó el momento y no dudó.
—¿Vas a querer epidural?, —le preguntó la matrona.
Y un enorme y definitivo SÍ salió de su boca.
Como en todo el parto, yo me limité a apoyar a Carmen y no molestar, curioso el papel masculino. Fecundar y dar tabaco.
Que las contracciones duelen mucho no lo sentí, pero sí lo vi. Ella había hecho los deberes y venía con la respiración entrenada, estaba muy concienciada de que aquello no iba a ser un paseo.
También tenía claro que no estaba enferma, que cada contracción era una menos y que era importante quedarse con buen recuerdo del parto. Yo diría que lo consiguió.
Desde fuera puedo cerciorar que aquello de enfermedad no tenía nada, todo lo contrario, era la fiesta de la salud y la vida.
¿Zona quirúrgica?
¿Te acuerdas de la “matrona con sueño” que nos atendió en el primer box de urgencias?
Pues en uno de los momentos donde más apretaba la contracción, apareció por el paritorio y saludó desde atrás a Carmen con una sonrisa. Carmen se inquietó un poco, pero su sonrisa sanó viejas vías.
🕐 Viernes 05:44 am. Estamos en 7 cm
La segunda vez que exploraron a Carmen fue unas 5 horas después de la epidural.
Una matrona muy seria, de pelo corto, que no dijo su nombre, pero que transmitía la seguridad que transmite la gente que sabe lo que hace.
No estaba allí para ser nuestra amiga, ni falta que hacía, pero su trabajo desbordaba profesionalidad.
Exploró a Carmen y dijo que la dilatación iba por 7 cm. Volví a sacar la calculadora y me volví a equivocar. Resulta que ahí abajo los cm miden distinto.
En cualquier caso, ya hacía bastante que había abandonado la idea de que Adánez, el supuesto mago de los partos gemelares, estuviera en el nuestro. La ginecóloga de la cara de buena y María ofrecían suficientes garantías.
Seguimos esperando, Carmen incluso durmió un rato y yo hice lo que pude en el sillón. Esa noche fue un mini Vipassana, porque no hice más que observar la respiración (y el lento transcurrir del reloj que lucía en la pared).
🕐 Viernes 09:30 am El final del principio y la fiesta de los pujos
En 1942, cuando los aliados ganaron su primera gran batalla en la IIGM, Churchill, el primer ministro inglés, dijo:
“Este no es es el final, no es ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio.»
Una enfermera de las muchas que pasaron por aquel paritorio dijo algo parecido.
Casi 30 horas después de haber roto aguas, llegaba “el final del principio».
Apareció un nuevo ginecólogo, el doctor Torrejón, acompañado de dos estudiantes. Un tipo joven, fuerte y más empático de lo que aparentaba que se presentó con una sonrisa en la boca. Me cae bien la gente que sonríe y que sabe que la flacidez es enemiga de la felicidad.
Se empezaron a suceder las buenas noticias y al doctor Torrejón se fueron uniendo en aquel bloque de partos lo que en mi cabeza era el "dream team":
Marta, la matrona zurda que era todo amor volvía estar de turno.
Adánez, que nos dio una nueva gran explicación de la evolución del parto.
Y Ana, a pesar de “tener que estar” en otro sitio.
No lo hablé con Carmen, pero sé que también se alegró cuando vio que la recta final era con ellos.
La hora de pujar.
Ana, Marta y Torrejón le explicaron a Carmen cómo hacerlo y desataron lo que seguramente haya sido la mayor exhibición de fuerza bruta que hayan visto mis ojos.
Para los no versados en parturientas, un pujo consiste en que la embarazada, cuando viene la contracción, coge aire con el pecho y empuja con todas sus fuerzas hacia abajo.
“Con todas sus fuerzas” no es una manera de hablar; es con-todas-sus-fuerzas, literal, con todas, con las que tiene y con las que ni ella sabía que tenía.
A Carmen se lo explicaron una vez y le dijeron que hiciera 3 pujos por contracción. Y se desató la bestia. Qué manera de empujar, de apretar, qué bendita fuerza, qué bajada a lo salvaje, a la esencia de la vida y de la maternidad. Era un animal. Qué espectáculo.
Fueron unos momentos de una presencia total. A Carmen no le importaba nada más de lo que allí estaba pasando. Esperaba contracción y daba todo lo que tenía en cada pujo mientras Ana la animaba con un ímpetu a la altura: “venga campeona, muy bien, muy bien manteenlo, manteeenlo”.
Una corta espera y vuelta a pujar como si fuera a ser lo último que hiciera en su vida.
Al mismo tiempo Adánez, Ana o Torrejón ayudaban desde abajo a León, el bebé mejor colocado, a ir “bajando plantas”.
Con cada pujo el bebé bajaba un poco, pero si no mantenía la fuerza volvía a subir y perdíamos lo ganado. De ahí la insistencia en “mantener el pujo”.
El espacio por el que salen los bebés es minúsculo. Cuando pensaba en un parto me imaginaba un hueco mayor, pero que va, por donde salen no sobra un milímetro.
En un momento me dijo Ana, “mira”. Vi el melón peludo de León y me pareció imposible sacarlo de ahí.
La auxiliar que hizo su trabajo y mucho más
Durante toda la mañana estuvo con nosotros una mujer que no teníamos en los cromos, pero que cuando vi cómo se dirigían a ella entendí que no era una cualquiera. La llamaban Chiqui y se encargaba de mover a Carmen, montar y desmontar la cama y, algo por lo que no le pagan, darnos una cantidad de explicaciones y ánimos que fueron oro.
Al mismo tiempo había seis partos y no se acordará del nuestro, pero nosotros sí, y estamos muy agradecidos.
🕛 Viernes, 12:45 am, nos vamos a quirófano (y yo a la calle)
En los partos múltiples la fase final se hace en el quirófano por precaución ante complicaciones.
Ya me habían dicho que yo no podría pasar, pero por si acaso me hice el tonto e incluso intenté dar pena. Sin éxito.
Había fregado las aguas de ese embarazo hacía 33 horas…
había visto horas y horas de monitores de los bebés, –que son mis hijos– …
había echado agua por la cabeza a Carmen para que no se desmayara durante toda la noche…
había observado sin molestar hasta que la cabeza de León estaba asomando…
Y la madre pidió que yo estuviera…
Sin embargo, no había sitio para mí ni en una esquina de aquel quirófano.
Luego pude comprobar que aquello parecía una fiesta: estudiantes, pediatras, celadores… Seguro que su rol era importante, pero el mío también.
Es más, me tuve que salir del pasillo de paritorios y sentarme en una silla fuera. La silla de pensar la llaman. Por suerte, desde allí podía escuchar los ánimos de Ana a Carmen con los últimos pujos: “venga campeonaaa venga, muy bien!”.
Supongo que le di pena a una celadora porque cuando a las 13:04 nació León abrió la puerta automática y me hizo una señal de un 1 y un ok. El primero estaba fuera.
Al poquísimo tiempo salió una pediatra a buscarme para dármelo.
Lo cogí en brazos y con todo mi amor me presenté, le conté dónde estábamos, lo que estaba pasando en el quirófano y que pronto nos juntaríamos con mamá y Lorenzo.
Solo hay una oportunidad de causar una buena impresión.
Puede ser que alguna enfermera pensara que estaba chiflado hablándole al niño como a un adulto, pero es que he tragado demasiados libros de crianza.
León estaba fuera, pero Lorenzo no quería salir.
Lorenzo había aprovechado el sitio extra, se había puesto cómodo y a fin de evitar una cesárea de última hora apareció la magia del doctor Adánez.
Con una maniobra que, según Ana, solo sabe hacer él, maniobró al bebé para sacarlo por los pies.
Todos habían jugado muy bien, pero Messi decidió el partido.
🍼 El principio del verdadero principio
Tras la sutura y el alumbramiento (salida de la placenta) Carmen volvió a su paritorio a estar piel con piel con los bebés,
León pesó 1,875 kg y Lorenzo 2.275gr.
La historia de este parto acaba aquí, pero la de nuestra nueva vida con León y Lorenzo solo ha escrito las primeras líneas.
Un millón de gracias a todos y cada uno de los profesionales que nos han atendido y nos siguen atendiendo, los que he mencionado y los que no. Su profesionalidad y empatía ha sido un lujo.
Gracias a nuestras familias y amigos por su comprensión y apoyo absoluto, logístico y emocional.
Gracias a Carmen por dar todo lo que tenía, y mucho más, para que León y Lorenzo salieran bien y por disfrutar del parto. Te quiero más todavía.
Y gracias a León y Lorenzo, por su capacidad de ser maestros pesando 2 kilos.
Y gracias al sillón de pensar.
Muchas gracias.
Hay gente que tiene muy buenas ideas y gente que tiene muy buenas ideas de mierda.