Ser moderno sin contarlo y otras formas de suicidio social

El otro día iba en el metro, enfrente de mí viajaba un tío al que alguien le había dicho que los pantalones ahora se llevan remangados. Fiel a esas instrucciones, les dió cinco vueltas y dejaba ver sus canillas.

Ese mismo día había ido a comer con Carmen a un sitio de esos mega cool de Madrid, uno de esos bares en los que todo está intencionadamente desmantelado. Comiendo en un pupitre de colegio de los 80 escuchando trap francés y viendo como todo el mundo se hacía fotos tuve una revelación: no quiero ser moderno.

Y qué peso me he quitado de encima, chico.

Aunque he sentido muchas veces la necesidad de subirme al tren del moderneo no he terminado de lograrlo nunca, es así. Ahora me estoy descargando de esa necesidad insatisfecha.

Mi mente socializada me pide que le dé caña a las redes, que presuma de novia, de mac y de vida healthy, pero creo que la famosa frase de Mark Twain sobre estar al lado de la mayoría caló demasiado hondo en mí.

¿Esto es ser moderno?

Currar 10 horas en algo que odias, sin un plan de salida, cenando una hamburguesa mientras ves la tele y luego subir el finde tus fotos de yuppi triunfador no me convence.

Una instantánea, un segundo, con filtros y sonrisas fake son nada en la realidad de una persona, y nos pensamos que son todo.

Ojo que el buen uso de las redes sociales me encanta, se puede transmitir, comunicar y conectar con gente de manera creativa. Lo que no me gusta es que me engañes con tu sonrisa entrenada.

Además hay una dificultad añadida, el quiero y no puedo. Ser un jodido moderno de verdad y sembrar el pánico con un Instagram que asombre es muy chungo; nos pensamos que jugar a esto es fácil y sirve con un zumo, un filtro y 7 hashtags. Quiero y no puedo, hermano.

¿Y quién es el moderno de verdad?

En casi cualquier situación en la vida puedes ser reactivo o proactivo. Nadar o dejarte llevar por la corriente.

Me he dado cuenta de que el verdadero moderno no es el que va a un bar lleno de palets a tomarse un smoothie y subirlo a Instagram. El moderno de verdad, el triunfador, es el que ha leído esa tendencia y factura 10mil pavos vendiendo el rollo. Y ese no lo cuenta en redes sociales.

Ser moderno es subirse a ese tren, pero de maquinista. Lo otro es hacer cola, pagar un billete caro y sentarse a que te lleven.

¿Que hago yo?

Como ser social, sentirme atraído por contar mi vida bajo un filtro «juno» es inevitable. Por alguna razón que desconozco nunca lo he terminado de hacer.

Eso ha provocado que a veces sintiera ese FOMO (Fear of Missing Out), pero sin llegar a hacer nada por evitarlo.

Además, como aspirante a dueño de mi tiempo, me esfuerzo en detectar tendencias que puedan ser oportunidades de negocio, y eso pasa por estar mucho en redes sociales.  Y es increíble lo bien que le va a todo el mundo por allí…

Luego, a veces, también pienso que yo podría competir fuerte: vegano, ciclista urbano, emprendedor… joder, ¡si yo podría ser moderno!

Pero, ¿y el resto? ¿Tendría que subir también cuando abro la nevera a las 15:45 y aquello parece un solar? ¿O cuando voy en bici por Madrid tragando el humo de los autobuses? O cuando estoy hasta los huevos del ordenador, del blog y de todo lo que se parezca a un negocio online?

¿Existe una red social para la vida de verdad?

¿Qué he decidido hacer?

Al lado del chaval de los pantalones remangados estaba sentado un hombre de unos 60 años. Sus pantalones eran tan anchos que si se los remangara le subirían hasta las pelotas. Leía relajado un 20Minutos con aquellos bajos de elefante. Era obvio que eso no le preocupaba.

Fui todo el viaje mirando a uno y a otro, me flipaba el contraste. ¿Cuál era moderno? ¿Cuál era auténtico? Si tuviera que elegir, ¿a cuál me querría parecer?

Luego miré mis pantalones, unos vaqueros de segunda mano que, aunque no enseñaran tobillo, sí tienen cierta tendencia pitillesca. ¿Estaré haciendo un quiero y no puedo?

No me pareció que ninguno de aquellos dos me miraran los pantalones, así que pensé que quizás yo le dé demasiadas vueltas a las cosas.

Lo que he decidido ha sido jugar a esto, pero sin ir a remolque. No me esperes contando el lado bueno de mi vida, espérame aquí contando el bueno y el malo. Espérame también en Instagram, pero moviendo una marca de ropa, o cualquier otro negocio alineado con mi manera de ver el mundo.

Redes sociales sí, pero currando para mí y mis objetivos.

Hay gente que tiene muy buenas ideas y gente que tiene muy buenas ideas de mierda.

Aquí está la diferencia